Pinceladas
Marcos Concha Valencia
Read by Alba
Las llamas del hogar ascendían en busca de libertad, abrigando con su cálido resplandor la soledad del salón en penumbra y silencioso. Copiosos copos de nieve dejaban su huella en el ventanal y de las ramas desnudas de los árboles del jardín colgaban carámbanos trisados. El gong de la puerta principal, despabiló a Alfredo de sus taciturnos pensamientos. No la esperaba tan puntual. En el espejo del recibidor, se arregló la bata de pana granate, se retiró hacia atrás para ver y ordenar su pelo gris y antes de abrir, adoptó esa apariencia juvenil, que había perdido hacía un tiempo. La puerta abierta dejó ver a Rosine, arrebujada en el abultado abrigo de piel negra, moteada por copos descongelándose. Desde su sombrero, colgaba un velo que no lograba ocultar sus labios pintados de cereza escarlata, sus cejas delineadas y el sencillo collar de perlas.
—¡Linda noche nevada, querido! —Dijo, mientras Alfredo, le recibía el sombrero y galantemente le ayudaba a sacarse el abrigo. Se miró coqueta en el espejo y observó aquellas finas manos envejecidas, que en otros tiempos la habían acariciado voluptuosas.
—¡No has cambiado nada! Cuánto he pensado en este momento. —Le susurró acercándose a su cabellera ensortijada y observando su figura ceñida en el elegante traje rojo. Ha madurado su belleza como las primeras rosas de otoño, pensó para sí, mientras la guiaba cariñosamente al centro del salón.
Rosine, no disimulaba su mirada escrutadora recorriendo la moderna decoración, mezclada con originales pinturas y esculturas de artistas famosos. Se deslizó por las finas alfombras y los tapices, llegó al salón, y sacándose los guantes, se dirigió a la chimenea, deteniéndose frente al cuadro colgado en su frontón. Vertiginosos, los mismos recuerdos de los últimos días, acudieron como invitados especiales a la cita. Un estremecimiento involuntario recorrió su cuerpo, admirándose que aún pudiera experimentarlo.
—En tu nota no me decías cuando dejaste Nueva York y cuando llegaste a París. —Dijo Alfredo mientras le preparaba el trago que ella había pedido la primera vez.
—El “steamer” demoró veinte días y llegué hace una semana. Me he dedicado a reencontrar viejas amistades. Estoy en el Ritz, buscando un “apartment” que me acomode. —Contestó Rosine dirigiéndose al sillón y sentándose con sus piernas inclinadas envueltas en las transparentes medias de muselina. Su vista como imantada, volvió a detenerse en el cuadro sobre la chimenea. Los trazos y colores no habían perdido la nitidez de hacía treinta años, como si diariamente hubiese sido retocado por el pincel del artista.
Alfredo le alcanzó el old fashion con una primorosa servilleta, y mirándola fijamente a los ojos la invitó a brindar: —¡por este feliz reencuentro! —Atizó el fuego de la chimenea y se sentó en un sillón al lado de Rosine. Volvió a admirar el perfil de ella y la recordó en sus veinte años, cuando la conoció.
Haciendo un gesto hacia el cuadro, Rosine le dijo: —Tú lo vendiste, a las pocas semanas que lo terminaste. Recuerdo que fue a través de un agente y fue tu primer “bestseller”. Fue el comienzo de tu exitosa carrera artística. Comenzaron a llegarte los encargos y parece que no has dejado de pintar desaforadamente hasta ahora. Eres uno de los pocos pintores que ha sido reconocido en vida.
—Lo recuperé al poco tiempo que te fuiste. Me acompaña día y noche hasta ahora. Tarde comprendí el significado que tenía para ambos, pero ya había recibido el parte de tu matrimonio en América. —Dijo Alfredo, volviendo a beber un sorbo y mirando el rostro deformado de Rosine a través del cristal. Ella perdía su mirada en los entresijos de su memoria.
—Yo también lo encargué a los agentes aquí en Paris, ofrecí infructuosamente una gran cantidad de dinero, pero me negaron el lugar donde se encontraba y su dueño. ¿Si habíamos sobrevivido tanto tiempo, cuál fue tu necesidad de venderlo? Era la historia de nuestro amor y vendiste mi cuerpo desnudo como una vulgar prostituta. —La emoción y el trago encendió las mejillas de Rosine, pero no evitaron la tristeza de su voz.
—Cada pincelada, me recuerda nuestras emociones y estados de ánimo en la oportunidad en que la plasmé. Algunas tienen la pasión, otras la lujuria, otras la ternura, otras la melancolía, otras el hambre, otras la alegría, otras el desánimo, otras la revelación de tu belleza, otras mi adoración, otras el frío, en fin, tu cuerpo tiene las almas de nuestros dos años amándonos.
Alfredo extendió la mano sobre el brazo del sillón en ademán de tomar y acariciar la de Rosine, pero la sintió fría, lejana como la esmeralda de su anillo. Le ofreció rellenar su trago y recibió un cortés rechazo. Volvió a alimentar y atizar el fuego de la chimenea. Las cenizas muertas se habían acumulado y las llamas ya no estaban, el fuego se había consumido. Afuera no nevaba: la llanura de nieve entre los árboles tenía el resplandor de la luna.
Tengo reservas para comer en el Maxim´s, nos esperan a las ocho. —Dijo Alfredo.
Rosine continuó hipnotizada en los recuerdos, descifrando los matices, los tonos, las luces y sombras, los espesores de la pincelada, y en su imaginación se exhibía una película muda, donde ella, la protagonista inocente se entregaba en cuerpo y alma. Las palabras del guión hablaban de felicidad y sufrimiento. Cuando despertó, se puso lentamente los guantes, mirando serenamente a Alfred, sonriéndole melancólica, tomó su cartera y respondió: —Cancela la reserva y llama un taxi, por favor, volveré al hotel.
Hablaron de trivialidades, de esas que no se recuerdan, y solo tienen cortesía. El gong de la puerta se escuchó como el fin de un plazo determinado. De vuelta en el vestíbulo, se dieron un beso en la mejilla y solo dijeron adiós
©Marcos Patricio Concha Valencia
Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.
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