La cara
José Selgas Carrasco
Read by Alba
He aquí una cosa en la que todos tenemos puestos los ojos.
Y sin embargo, no hay quien pueda verse la cara si no acude al recurso de mirarse en un espejo.
Nadie se hace cargo del sentimiento de curiosidad que nos impulsa a buscarnos al otro lado de esos pedazos de cristal, sin cuya previa consulta apenas nos atrevemos a salir a la calle.
Parece que tomamos ese apunte para poder distinguirnos entre los demás.
Todo el que se acerca a un espejo dice interiormente: «voy a ver quién soy yo.»
Conócete á tí mismo, ha dicho la antigüedad con la voz filosofía.
Y esto nos ha parecido profundo.
Nada hay más superficial que un espejo, y sin embargo antes que la antigüedad y que la filosofía había dicho al hombre: «mírate.»
La cara y el espejo son dos cosas estrechamente unidas por ese vínculo misterioso que une el tacto a la mano.
El tacto es el que continuamente nos está diciendo: esta es tu mano, este es tu brazo, este es tu cuerpo.
O en términos más breves:
«Aquí estás.»
Los espejos son los que todos los días se nos ponen delante para repetirnos: esa es tu frente, esos son tus ojos, esa es tu boca.
O de otro modo más completo:
«Ese eres tú.»
Todo espejo es un lienzo dispuesto a reproducir instantáneamente nuestro retrato.
Semejantes al corazón de muchas mujeres, sólo reproducen la imagen que tienen delante.
Suprímanse los espejos, y cada hombre tendrá de su cara esa idea confusa que nos queda de las cosas que hemos perdido.
La cara es una especie de contraseña que es preciso comprobar todos los días a la luz de los espejos para no confundirnos con los demás.
Un hombre sin cara vendría a ser un anónimo, una carta sin firma, una especie de ser clandestino.
La cara es un agente de policía que nos va denunciando por todas partes.
El mundo es una aduana, el hombre un fardo y la cara es la marca.
Un hombre sin cara sería una cosa imposible; por ejemplo, sería una moneda sin acuñar, una i sin punto.
Ese espacio comprendido entre la frente y la barba nos sirve como de título, por medio del que acreditamos la propiedad del resto de nuestro individuo.
La cara es una cosa inevitable.
Para nada se necesita tanto como para ser descarado.
Este palmo de tierra no se verá nunca libre del dominio de las facciones.
Dicen que la cara es el espejo del alma.
Esta es una idea que sólo les ha podido ocurrir a las mujeres hermosas.
Equivaldría a decir: ningún tarro primorosamente labrado puede contener veneno.
El verdadero espejo del alma son los pensamientos.
¿En qué consiste la belleza de una cara?
Es posible que nos lo diga un pintor trazando sobre el papel unas cuantas líneas puras y correctas.
Pero esa es la belleza que los pintores ven por la punta de sus pinceles.
Cada uno de ellos tiene otro modelo, otra cara llena tal vez de incorrecciones, que por medio de una maravillosa fotografía ha ido á grabarse en el corazón.
Para una madre no hay nada más bello que la cara de su hijo.
La cara de la mujer más hermosa, no vale tanto como la cara de la mujer más querida.
Repase cada uno su memoria y es posible que todos encontremos algún recuerdo perdido en el fondo de nuestro corazón que pueda servir de testigo en este momento.
Hay mujeres que no serían tan bellas si no tuvieran algunos defectos.
Por eso un lunar en una obra de arte, es una imperfección al mismo tiempo que en la cara de una mujer es una belleza.
Verdaderamente caras no hay más que las de las mujeres.
Nosotros sólo sabemos lo que cuestan.
Supongamos que el alma es un pensamiento: pues bien, la cara es la palabra de ese pensamiento y la naturaleza no acierta siempre a expresarlo.
Por eso Sócrates no tuvo cara de Sócrates, ni Nerón cara de tigre.
Pero al fin la cara es un libro en el que cada uno lee a su manera.
Se nos obliga a llevar pegado en la frente esta especie de anuncio que nos va pregonando por todos los sitios que atravesamos; mas a cada uno se nos permite el uso especial de una colección de caras, según los casos y las circunstancias.
He aquí una cara cuyas líneas puede trazar cualquiera según su capricho.
Es indiferente que tenga la boca grande o pequeña, la frente ancha o estrecha, la nariz larga o corta, los ojos obscuros o claros.
Lo que importa es que esta cara pertenezca a un hombre que no sepa qué hacerse; que se encuentre en ese momento en que todos los libros son insípidos, todas las mujeres insustanciales, todos los amigos impertinentes.
Mírese bien y se verá una cara de fastidio.
Llaman a la puerta, se abre y entra una carta.
La carta contiene un solo renglón que dice: «Amigo mío, nos ha caído la lotería.»
Estas palabras entran por sus ojos como un rayo de luz por el cañón de una chimenea; y la cara de fastidio se convierte por la acción química de su rayo de luz, en una cara de pascuas.
Otra vez llaman a la puerta y otra carta penetra en la habitación.
Es una carta escrita por las cuatro carillas.
Su vista empieza a devorar renglones y la cara de pascua, por un movimiento casi imperceptible, se va transformando en cara de perro.
La carta está escrita por otro amigo que necesita dinero para salir de un apuro.
También podemos hacer uso de las caras de piedra.
Sirven como las murallas para cerrar el paso a todo.
Pero las más útiles son las caras de baqueta porque son el reverso de toda clase de pudor.
Colocad a una niña de quince años entre su padre y su novio: observadla bien y veréis que tiene una cara para mirar a su padre y otra distinta para mirar a su novio.
La cara que la doncella encuentra todas las mañanas en el lecho perfumado de su opulenta señora, ¿es la misma cara que a la noche vemos todos en el teatro?
La cara no es más que un efecto de perspectiva. Una superficie sobre la que refleja más o menos bellamente la luz del sol o la luz del gas.
Solamente es una gran cosa cuando aparece interiormente iluminada por la luz de los sentimientos puros, por los rayos de un alma bella, por los reflejos de un corazón hermoso.
Entonces la cara es el cielo.
(0 hr 11 min)Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.
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La cara | 11:35 | Read by Alba |
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